Había una vez un Tutti Cutty llamado Lemmy Joy.
Lemmy era brillante y enérgico, como un rayo de sol. Su color favorito era el amarillo limón, y le encantaban las cosas con un «chispazo», ¡igual que el sabor ácido de un limón!
A Lemmy le encantaba, más que nada en el mundo, construir con sus bloques de colores. Cuando empezaba a apilar el primer bloque, algo mágico sucedía: el mundo a su alrededor desaparecía.
Su mamá le llamaba desde la cocina. «¡Lemmy, la merienda está lista!»
Pero Lemmy no oía nada.
Sus amigos le llamaban desde el jardín. «¡Lemmy, ven a jugar con nosotros!»
Pero Lemmy no se movía.
Él estaba en su «zona limón». Podía pasarse horas concentrado, asegurándose de que cada bloque estuviera perfectamente alineado. Su torre era siempre la más alta y la más fuerte. Sus amigos a veces se frustraban porque Lemmy parecía no escuchar, y Lemmy a veces se sentía mal por ello. Él no quería ignorarlos, pero su cerebro simplemente no podía soltar la torre.
Un martes, algo terrible pasó en la clase. «¡Chispas se ha escapado!», gritó la profesora.
Chispas era el hámster de la clase, y era pequeñísimo.
Inmediatamente, todos los niños empezaron a correr por el aula gritando su nombre. «¡Chispas! ¡Chispas!» Miraron debajo de las mesas, detrás de la estantería de libros y en la papelera. ¡No había rastro de él! El ruido y el caos eran totales.
Entonces, Lemmy Joy hizo lo que mejor sabía hacer.
Se sentó en el suelo, en medio de todo el caos, y respiró hondo. Todo el ruido de la clase (los gritos, los pasos, los llantos) empezó a desvanecerse, como si alguien estuviera bajando el volumen del mundo.
Pronto, solo existía una cosa: «Encontrar a Chispas».
Lemmy activó su «super-foco limón».
Abrió los ojos y empezó a escanear la habitación, detalle por detalle, como nadie más podía hacerlo. Vio la pelusa que siempre estaba en la esquina. Vio la pata de una silla que estaba un poco torcida. Vio una miga de galleta… y entonces… vio algo más.
Un pequeño, diminuto, casi invisible movimiento.
Lemmy se levantó lentamente y, sin hacer ruido, señaló un pequeño agujero en la pared, justo detrás del radiador. Un agujero que nadie, nunca, había visto.
«Está ahí», susurró.
Todos se callaron. La profesora se acercó, puso un puñadito de semillas de girasol junto al agujero y, un minuto después… un pequeño hocico tembloroso asomó. ¡Era Chispas!
¡Lemmy Joy era un héroe!
Todos sus amigos le abrazaron. Ese día, se dieron cuenta de que, aunque a veces Lemmy parecía estar en su propio mundo, su capacidad de «hiperfocalizar» era en realidad un superpoder. Era el mejor del mundo para encontrar cosas perdidas y resolver misterios.
Y Lemmy aprendió que su «foco limón» no era un problema. Era su don. Era su forma única y brillante de ver los detalles que nadie más podía ver.